En esencia, la fe es lo siguiente. No es creer en Dios; es creerle a Dios. La vida cristiana se trata de creerle a Dios. Se trata de vivir por cada palabra que sale de su boca (Deuteronomio 8:3; Mateo 4:4).

Fe es Creer en Dios

Cuando Dios vino a Abraham, a quien se le conoce como “el padre de los fieles” (ver Romanos 4:16), le habló sobre el futuro. Dios le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Yo haré de ti una nación grande. Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.

Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 12:1-3).

Abraham le creyó a Dios. Él partió, sin saber a dónde iba, en un viaje a un país y a un futuro que nunca había visto. El Nuevo Testamento nos dice que “esperaba llegar a la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10).

Abraham no era un explorador en busca de un tesoro escondido basado en una leyenda sobre el botín de un pirata oculto en una caverna en algún sitio.

Abraham buscaba un lugar porque Dios le había dicho que le iba a mostrar ese lugar. Él confió en Dios respecto a lo que aún no había visto, y al hacerlo se convirtió en el padre de los fieles.

Al igual que Abraham, somos peregrinos de paso en este mundo, buscando aquel país celestial, la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios. No hemos visto esta ciudad, pero sabemos que existe, y la evidencia de ello es la confianza que tenemos en Aquel que promete llevarlo a cabo.

En esencia, la fe es lo siguiente. No es creer en Dios; es creerle a Dios. La vida cristiana se trata de creerle a Dios. Se trata de vivir por cada palabra que sale de su boca (Deuteronomio 8:3; Mateo 4:4). Se trata de seguirlo a lugares donde nunca hemos estado, a situaciones que nunca hemos experimentado, a países que nunca hemos visto, porque sabemos quién es él.

Este es el tipo de fe que la Biblia, en un sentido, llama fe como de un niño. No es fe infantil, sino como de un niño. Cuando éramos pequeños, teníamos poco conocimiento acerca de qué era seguro y qué era peligroso. Tomábamos la mano de nuestro padre o nuestra madre, y ellos nos llevaban por la calle.

Cuando llegábamos a una esquina, no sabíamos la diferencia entre una luz roja y una verde. Pero ellos nos guiaban. Cuando ellos se detenían, nos deteníamos nosotros. Cuando ellos bajaban de la vereda y cruzaban la calle, lo hacíamos nosotros. Confiábamos en nuestros padres porque estábamos a su cuidado.

Lamentablemente, hay padres tan corruptos que rompen la confianza que sus hijos pequeños ponen en ellos. Estos padres golpean a sus hijos y a veces incluso los matan. No obstante, la confianza de un niño en su madre y padre en la mayoría de los casos no es algo irracional.

Por analogía, se nos llama a confiar en Dios, a saber que él está pendiente de nosotros. Él no nos va a llevar al desastre. La fe como de un niño confía en el carácter de Dios quien nos considera como sus hijos.

El peregrinaje de la vida cristiana es un peregrinaje de fe. Comienza cuando Dios crea fe en nuestro corazón. En la primera etapa de nuestra experiencia cristiana, abrazamos a Cristo y confiamos en él para nuestra redención, pero todo el peregrinaje del cristiano está arraigado y cimentado en esa confianza, en esa seguridad. Todo el proceso está definido por el vivir por fe (cf. Col 2:6). Es por eso que Dios le dijo al profeta Habacuc: “El justo vivirá por su fe”.

Habacuc estaba perplejo porque Dios permitiría que su pueblo elegido fuese derrotado por una nación pagana y fuese puesto en un estado de opresión. Habacuc dijo que él subiría a su torre de vigilancia y esperaría a que Dios se pronunciara. Él escribe:

Decidí mantenerme vigilante. Decidí mantenerme en pie sobre la fortaleza. Decidí no dormir hasta saber lo que el Señor me iba a decir, y qué respuesta daría a mi queja. Y el Señor me respondió, y me dijo: “Escribe esta visión.

Grábala sobre unas tablillas, para que pueda leerse de corrido. La visión va a tardar todavía algún tiempo, pero su cumplimiento se acerca, y no dejará de cumplirse. Aunque tarde, espera a que llegue, porque vendrá sin falta. No tarda ya. Aquel cuya alma no es recta, es arrogante; pero el justo vivirá por su fe” (Habacuc 2:1-4).

Esta aparentemente inofensiva declaración, “el justo vivirá por su fe”, se cita tres veces en el Nuevo Testamento (Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38). Es un motivo central en los escritos de Pablo. Significa que Dios se complace cuando su pueblo vive confiando en él.

Dios le dice a Habacuc: “Responderé a tu pregunta. Pero no responderé inmediatamente. Debes esperar. Pero mientras esperas, recuerda que la respuesta llegará con seguridad”. Luego hace un contraste entre la persona orgullosa, que no es recta, que vive según la vista, según lo que tiene inmediatamente en frente.

No tiene tiempo para confiar en las promesas invisibles de Dios. En un marcado contraste está el hombre de fe. Aun cuando las promesas de Dios se tarden, es seguro que se cumplirán, y a los ojos de Dios la persona justa es la que vive por fe.

Esta expresión, “el justo vivirá por su fe”, es traducida por Jesús en su conflicto con Satanás en el desierto cuando Jesús le recuerda al Diablo que el hombre no vive solo de pan sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mateo 4:4).

Decir que vivimos de todas las palabras que Dios habla es lo mismo que decir que vivimos por fe. Nos fiamos de su palabra. Confiamos nuestra vida, en cuerpo y alma, a él, a su sistema de valores, a su estructura, y a su Palabra.

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